El afgano by Frederick Forsyth

El afgano by Frederick Forsyth

autor:Frederick Forsyth
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Policiaco
publicado: 2006-10-01T04:00:00+00:00


11

Con el viento soplando con fuerza por el sur, el Rasha largó velas, apagó motores y el rugido procedente de la parte inferior se vio reemplazado por los sosegados sonidos del mar: el envite del agua bajo la proa, el suspiro del viento entre las velas y el crujido del aparejo de poleas.

El dhow, seguido desde el aire por el invisible Predator a seis kilómetros, avanzó por la costa del sur de Irán y se adentró en el golfo de Omán. Una vez allí, viró a estribor, orientó la vela cuando el viento sopló a popa y se dirigió al angosto paso entre Irán y Arabía llamado estrecho de Ormuz.

A través de ese angosto brazo de mar, donde la punta de la península de Musandam, en Omán, solo se halla a doce kilómetros de la costa persa, desfilaba un tráfico constante de imponentes petroleros, algunos muy hundidos en el agua, llenos de crudo para un Occidente ávido de energía, y otros más ligeros que se dirigían hacia el Golfo para llenar sus tanques con petróleo saudí o kuwaití.

Las naves más pequeñas como el dhow permanecían más cerca de la costa a fin de permitir que los gigantes gozasen de plena libertad para atravesar el profundo canal. Si algo se interpone en su camino, los superpetroleros, sencillamente, no pueden parar.

Al navegar sin prisas, el Rasha pasó una noche cabeceando entre las islas al este de la base naval de Omani, en Kumzar. Sentado en el elevado castillo de popa, en aquella noche suave y cálida, claramente visible aún en la pantalla de plasma de una base aérea escocesa, Martin vio dos lanchas motoras iluminadas por la luz de la luna y oyó el rugido de sus potentes fuerabordas mientras se alejaban a toda velocidad de las aguas de Omani para realizar la travesía al sur de Irán.

Aquellos eran los contrabandistas de los que tanto había oído hablar; no rendían cuentas a ningún país y sus operadores dirigían el negocio del contrabando. En alguna playa desierta de Irán o Baluchistán, se reunirían al amanecer con los receptores de la mercancía, descargarían su alijo de cigarrillos baratos y subirían a bordo, por asombroso que parezca, cabras de angora, tan valiosas en Omán. Con la mar en calma, sus lanchas de aluminio y perfil estilizado, con la carga amarrada en medio y la tripulación aferrada con fuerza a la cubierta para que su vida peligre lo menos posible, alcanzaban los cincuenta nudos de velocidad gracias a sus dos potentes fuerabordas de 250 caballos de vapor. Es prácticamente imposible darles caza, conocen todas y cada una de las calas y las ensenadas de la costa, y están acostumbrados a navegar sin luces y en absoluta oscuridad cruzándose unas con otras en el camino para encontrar refugio en el otro lado.

Faisal bin Selim esbozó una sonrisa de comprensión. Él también era un contrabandista, pero bastante más digno que aquellos bandoleros del Golfo a quienes oía a lo lejos.

—Y cuando te haya llevado a Arabia, amigo mío, ¿qué vas a hacer? —preguntó con calma.



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